¿Te has descubierto alguna vez repitiendo una acción una y otra vez, no por necesidad real, sino por una especie de impulso interno que te dice que "así debe ser"? Quizás revisas la puerta varias veces, lavas tus manos hasta irritarlas, cuentas objetos sin motivo aparente o sigues una rutina alimenticia tan estricta que te aísla. Estos pueden ser signos de que has caído en la trampa de los rituales obsesivos, esos comportamientos que prometen control, pero que, irónicamente, terminan controlándote a ti.
Vivimos en un mundo que a menudo parece caótico e impredecible. Ante la vastedad de lo desconocido, es natural buscar un ancla, algo que nos dé una sensación de seguridad y dominio sobre las circunstancias. Y ahí es donde los rituales pueden aparecer como un amigo bienintencionado: nos ofrecen una estructura, una secuencia predecible, una tarea concreta que, al completarla, nos brinda un alivio momentáneo de la ansiedad. Es como si, al ordenar meticulosamente una pequeña parcela de nuestra vida, pudiéramos sentir que el resto del universo también se pone en orden. Pero esta sensación, lamentablemente, es una ilusión.
Cuando empezamos a realizar un ritual –ya sea lavarnos las manos compulsivamente para evitar gérmenes imaginarios, contar las baldosas al caminar para prevenir una catástrofe, o controlar cada caloría para dominar nuestro cuerpo–, sentimos un descenso inmediato de la tensión. El cerebro interpreta la finalización del ritual como una señal de "todo está bien", "peligro evitado". Este alivio actúa como un poderoso refuerzo, haciendo que sea más probable que recurramos al mismo ritual la próxima vez que sintamos ansiedad o incertidumbre.
El problema es que este alivio es efímero y adictivo. No resuelve la fuente subyacente de la ansiedad –el miedo a la incertidumbre, al caos, a la pérdida de control–, simplemente la silencia temporalmente. Es como tomar un analgésico para un dolor de muelas sin ir al dentista: calma el síntoma, pero la caries sigue avanzando.
Poco a poco, lo que comenzó como una estrategia de afrontamiento se convierte en una necesidad imperiosa. El ritual deja de ser una opción y se transforma en una obligación. Y si algo interfiere con su ejecución, la ansiedad no solo regresa, sino que a menudo se intensifica, creando un círculo vicioso.
La característica más insidiosa de los rituales obsesivos es su tendencia a rigidizarse y expandirse. Lo que antes era lavarse las manos tres veces, ahora requiere cinco, con un tipo específico de jabón y durante un minuto exacto. Lo que era revisar la puerta una vez, se convierte en diez revisiones que te hacen llegar tarde. La dieta que empezó para "ser saludable" se transforma en una obsesión por números y gramos que te impide disfrutar de una comida social.
La vida empieza a encogerse alrededor del ritual. Evitas situaciones, lugares o personas que puedan "contaminar" tu orden o interferir con tus compulsiones. La espontaneidad desaparece. La alegría se ve empañada por la constante preocupación de cumplir con las reglas autoimpuestas. Te encuentras atrapado en un laberinto construido por ti mismo, donde cada pasillo parece llevar de vuelta al mismo comportamiento repetitivo.
El psicoanalista Carl Jung nos dio una clave importante al respecto:
“Lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma.”
Y en este contexto, lo que a menudo negamos es nuestra propia vulnerabilidad ante la incertidumbre. Al intentar someterla con rituales, irónicamente, nos sometemos nosotros mismos a ellos.
¿Por qué nos aferramos tanto a estos rituales? Porque en el fondo, muchos de nosotros tenemos una profunda incomodidad, incluso terror, a la incertidumbre. La mente humana busca patrones, explicaciones, certezas. La ambigüedad, la falta de garantías, el no saber qué pasará, nos genera ansiedad.
Esta dificultad para tolerar la incertidumbre es un factor clave en diversos trastornos de ansiedad, incluido el Trastorno Obsesivo-Compulsivo (TOC). Según la International OCD Foundation, aproximadamente 1 de cada 100 adultos y 1 de cada 200 niños y adolescentes sufren de TOC, un trastorno caracterizado por pensamientos intrusivos (obsesiones) y comportamientos repetitivos (compulsiones o rituales) realizados para neutralizar la ansiedad. *(Fuente: International OCD Foundation)*.
Pero no hace falta tener un diagnóstico de TOC para experimentar esta lucha. En un mundo que cambia rápidamente, con crisis económicas, sociales y personales, la sensación de no tener el control puede ser abrumadora para cualquiera. Los rituales, entonces, se presentan como un intento desesperado de crear una isla de predictibilidad en medio de un océano de caos.
El filósofo existencialista Søren Kierkegaard capturó esta relación entre la posibilidad y la angustia:
“La ansiedad es el vértigo de la libertad.”
La libertad implica infinitas posibilidades, y eso incluye las negativas. La incertidumbre es el precio de la libertad, y los rituales son un intento fallido de evitar pagar ese precio.
Si los rituales son un intento de eliminar la incertidumbre, y eso es imposible y contraproducente, ¿cuál es la alternativa? La respuesta, aunque pueda parecer paradójica, es aprender a sentirnos más cómodos *en* la incertidumbre. No se trata de que nos guste no saber qué va a pasar, sino de aceptar que no saber es una condición inherente a la vida y que podemos vivir plenamente *a pesar* de ello.
Hacer las paces con la incertidumbre no significa ser pasivo o resignado. Significa reconocer los límites de nuestro control. Hay cosas que podemos influir (nuestras acciones, nuestras respuestas, nuestras elecciones) y cosas que no (el comportamiento de los demás, los eventos globales, el futuro). La sabiduría reside en distinguir entre ambas y enfocar nuestra energía en lo que sí depende de nosotros.
Viktor Frankl, psiquiatra y superviviente del Holocausto, nos enseñó sobre la última de las libertades humanas:
“Cuando ya no somos capaces de cambiar una situación, nos encontramos ante el desafío de cambiarnos a nosotros mismos.”
En lugar de intentar controlar obsesivamente el exterior mediante rituales, el desafío es cambiar nuestra relación interna con la incertidumbre.
Salir del laberinto del control requiere valentía y práctica. No se trata de abandonar los rituales de golpe (lo cual puede ser contraproducente), sino de empezar a flexibilizarlos y, sobre todo, de cultivar una nueva actitud ante la vida. Aquí algunas ideas:
“La autocompasión implica tratarnos a nosotros mismos con la misma amabilidad y cuidado con que trataríamos a un buen amigo.”
Reconoce tu sufrimiento y ofrécete consuelo en lugar de crítica cuando sientas la necesidad del ritual o "falles" en tu intento de resistirlo.
Si sientes que los rituales están dominando tu vida y te causan un malestar significativo, buscar ayuda profesional es un paso valiente y fundamental. Terapias como la Terapia Cognitivo-Conductual (TCC), la Terapia de Exposición y Prevención de Respuesta (EPR), la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT) o la Terapia Breve Estratégica ofrecen herramientas específicas y efectivas para comprender y modificar estos patrones, y para construir una relación más saludable con la incertidumbre.
Los rituales obsesivos nacen de una necesidad legítima de seguridad en un mundo incierto. Pero la seguridad que ofrecen es una ilusión que se paga con la moneda de nuestra propia libertad y vitalidad. El verdadero camino hacia la paz interior no reside en controlar cada detalle de nuestra existencia, sino en desarrollar la flexibilidad psicológica para navegar las inevitables olas de la vida, aceptando que no siempre tendremos el mapa completo.
Soltar los rituales no es fácil, es un acto de coraje. Es elegir la vida, con toda su maravillosa e inquietante imprevisibilidad, por encima de la falsa seguridad de la jaula dorada. Es aprender a bailar con la incertidumbre en lugar de luchar contra ella. Y en ese baile, paradójicamente, es donde encontramos la verdadera sensación de control: el control sobre nuestra propia respuesta, nuestra propia actitud, nuestra propia vida.
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